martes, 3 de diciembre de 2013

Alejandra

Hoy nos llega la historia de una compañera a la que llamaremos Alejandra.

Quería empezar mi historia, en donde normalmente la dejamos. Después de tres años divorciada, empecé a convivir con una nueva pareja, explicar que fue algo precipitado por las circunstancias, mis hijas y yo tuvimos que desplazarnos más de 300 Km para poder “vivir”, ya que su padre, aunque ya nuevamente casado, me seguía utilizando como su saco de boxeo para descargar sus frustraciones, por llamarlo de algún modo.

Al principio de esta nueva convivencia, todo era genial, estaba preparando un hogar aprovechando que las niñas estaban pasando el mínimo periodo vacacional con sus abuelos paternos. Una mañana tenía que preparar un escrito para mi ex marido, con temas legales que aún nos unían, para que se lo presentara el abogado. Al finalizar, y como siempre, se lo envié a un familiar, que, como de costumbre, lo reescribió, llenándolo de indirectas y situaciones del pasado. Mientras tanto llamadas de mi madre recordándome todo aquello que yo luchaba por olvidar. Que quede muy claro que no les echo la culpa, lo han pasado tan mal o más que yo con mi historia, solo pretendían ayudar.

Fue en un momento, en un instante, en el que dejé de reflejarme, empecé a ser invisible de nuevo. Pensé que estaba sometida a mi familia, a mi pareja, si realmente estaba aquí porque quería, o simplemente por no saber decir NO, dudando de si valía como persona o solo por las personas que tenía a mi lado. Me agobió bastante el tema, llamé al abogado y le dije que hiciera él el escrito, y yo para no pensar me puse con un hobby, manualidades.

Tan absorbida estaba, que se me pasó el tiempo, cuando quise darme cuenta quedaban 10 minutos para que llegara mi pareja a casa y yo no había hecho la cena. Me bloqueé, y me paralicé, hacía tiempo que no tenía esa sensación y no sabía por qué ni cómo dejar de sentirme así. Volví a sentir miedo de escuchar la llave en la puerta de casa, pánico a que se abriera,… Llegó, me vio mal, y me preguntó si había pasado algo, yo respondí con miedo “me he entretenido y no he hecho la cena”. Sabe que me cuesta mucho hablar de mis problemas, y también sabe cuándo es el momento de hacerlo. Me dio un beso, y me dijo, “¿y si damos una vuelta y cenamos algo por ahí?”.

Salimos, al momento se me pasaron todos los miedos. De vuelta a casa le conté lo que me pasaba. Me explicó que no estaba conmigo para que yo hiciera lo que él quisiera, que tengo opinión, sentimientos, cosas que quiero y no quiero hacer y momentos para hacerlas o no, que no quería una mujer sometida, me quería por la persona que soy, sabía que lo nuestro iba a ser difícil por todo lo que había vivido, pero que nosotros no teníamos que complicarlo más. Que si un día llegaba y la cena no estaba hecha, que él no es manco, que nos pondríamos los dos a ello, o que siempre habría sitios donde ir.

Creo que realmente ese fue el día que comenzamos a convivir. Llevamos casi tres años viviendo junto a las niñas, él las quiere mucho y ellas a él. Cuando llega a casa lo primero que hace es darme un gran beso y decirme que me quiere, yo le pregunto qué tal el día, y siempre responde, ahora bien. Recuerdo cuando antes alguien decía “mi pareja me enseña a ser mejor persona cada día”, nunca lo entendía, una bonita frase simplemente.

Hoy lo puedo decir y bien alto, casa día me ayudas a ser mejor persona, ¡te quiero!.

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